Decía Heródoto que cuando, en el siglo V antes de nuestra era, un tirano de Mileto viajó a Atenas para pedir ayuda contra la amenaza persa, llevaba un mapa donde figuraban los límites de la Tierra y todos sus mares y ríos; y cuenta que el autor de este mapa era Anaximandro, el discípulo de Tales. Otros afirman que el historiador Hecateo de Mileto, autor de "Viaje alrededor del mundo", había mejorado el "mapa de Anaximandro", lo cual parece confirmar su existencia. Sin embargo lo que estos mapas describían era evidentemente la superficie de la Tierra.
¿Pero que sucedía con el intento de describir la superficie de los cielos y el movimiento de los astros que por ella se desplazaban? Sucedía que a partir de Eodoxo se había ido desarrollando una teoría, llamada de las esferas concéntricas, que pretendía dar la razón del movimiento de todos los cuerpos visibles que se hallaban en el orbe celeste. Aristóteles y sus discípulos, para explicar mejor el movimiento de algunos astros, introducirían en esta teoría nuevas esferas, que pasaron así de ser veintisiete a cincuenta y seis, unas que portaban los astros y otras que sólo servían para compensar sus movimientos.
Pero durante todo este periodo, la Tierra continuó constituyendo el centro del sistema. Y aunque un discípulo de Aristóteles, Teofastro, nos dice que ya Hicetas de Siracusa había manifestado una teoría semejante, en la antigüedad sólo Aristarco de Samos manifestó claramente que, según su opinión, los cuerpos celestes se mantenían inmóviles y era la Tierra la que giraba. Pese a ello, Aristarco es conocido sobre todo por haber logrado estimar, aunque en realidad de manera muy imperfecta, la distancia que separa a la Tierra del Sol y de la Luna. Poco después, Eratóstenes de Cirene, contemporáneo de Aristarco, y como él, miembro de la famosa Escuela de Alejandría, conseguiría determinar la longitud del meridiano terrestre.
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